El padre de Miguel está enfermo, tiene 72 años y sufrió un paro cardíaco. Se está decidiendo si lo van a operar, cuándo y dónde. Miguel pasa una buena parte de su día hablando con sus hermanos y su madre al respecto, consultando con distintos profesionales y, por supuesto, visitando a su padre en la clínica en la que está internado. Su esposa, Lucía, lo acompaña y habla con él sobre este tema, le da ideas, lo consuela cuando lo ve triste y angustiado. Sin embargo, por momentos un sentimiento negativo asoma dentro de ella y al comienzo no logra identificarlo. Luego de pensarlo un poco le parece más que evidente: hace unos cinco años, cuando su propio padre también enfermó y más tarde falleció, Miguel estuvo muy poco a su lado. Estaba ocupado con su trabajo, lo habían promovido recientemente y sus nuevas obligaciones eran casi lo único que parecía contar en su vida en ese momento. Lucía se sintió muy sola respecto de él. Tenía la compañía de sus hermanos y amigas, pero necesitaba que Miguel estuviera allí. Y Miguel no estuvo.
En la medida que pasan las horas y los días Lucía va experimentando como ese resentimiento, que ella creía superado, vuelve a emerger dentro suyo. Sigue acompañando a Miguel con todo lo relativo a su padre, pero no consigue seguir siendo empática. Hace las cosas con un gesto rígido, va con él a la clínica pero casi no le dirige la palabra en el camino, cuando él le habla le contesta con monosílabos. Miguel, pese a lo absorbido que está por el tema de su padre, no puede evitar advertir que algo sucede y se lo pregunta. “Nada”, responde Lucía, “debo estar cansada, mucho stress”. Lucía no quiere hablar del tema. Un poco porque no le sale hacerlo y principalmente porque piensa que es inadecuado plantear algo así en el momento que está atravesando Miguel. Esto último parece tener sentido, pero entonces ¿será mejor no hablarlo nunca? ¿Se le volverá a pasar y seguirán con su vida como si nada?
Seguramente no es el mejor momento para que Lucía le cuente a Miguel lo que siente, pero a la larga será bueno para ambos que lo haga. Sino el resentimiento volverá a aflorar en alguna otra instancia y en otra y en otra, a lo largo de sus vidas. Y esto creará cierta distancia entre ellos que impactará en alguna medida en el vínculo. Sin embargo, si Lucía le cuenta un día a Miguel lo que le sucede y él le responde con indiferencia, negación o justificación, todo empeorará. Habrá sido mejor no decir nada porque ahora la herida será un poco más profunda.
“Me sentí muy sola cuando papá murió, sentí que no me acompañaste” podría decir ella. Pero si él responde “Si, te acompañé, estás equivocada” o “Es que estaba muy ocupado trabajando y haciéndome cargo de nuestros hijos, no entiendo como no lo ves”. Cualquiera de estas respuestas o alguna similar, solo provocarán que Lucía se pregunte para qué abrió la boca.
Para que Lucía sienta que valió la pena haber abierto la boca es necesario que tanto ella como Miguel cumplan con ciertas pautas básicas: ella tendrá que hablar de lo que siente y sintió, intentando no culpar a Miguel. El deberá escucharla y tratar de comprender cómo se siente respecto del tema, sin presentar argumentos en contra ni defenderse. Por ejemplo:
Lucía: “Me sentí muy sola cuando papá murió. Sé que estabas ocupado con muchas cosas, pero yo te necesitaba”
Miguel: “Debe haber sido muy difícil atravesar ese momento sin mi compañía, lo lamento mucho. Ojalá pudiera cambiar el pasado”
Y lo que Miguel todavía no sabe, es que al escuchar a Lucía y responderle de esta manera, de alguna forma está modificando el pasado.