¿Elegimos pareja?
Siempre es útil preguntarse por qué cada persona está con quien está, en especial cuando se trata de relaciones a largo plazo; más aún cuando implican convivencia, hijos, un proyecto de familia. Cuando preguntamos a las parejas por qué decidieron estar juntos se escuchan todo tipo de relatos: algunos ni siquiera se acuerdan, otros cuentan que fue algo gradual que se consolidó en la medida en que ambos se fueron conociendo. Otros relatan el típico flechazo: “La vi y pensé: con ésta me caso” o “Cuando me mostraron una foto suya tuve una sensación única, que nunca había tenido al ver a ningún hombre, ni en fotos ni en directo”.
¿Cuánto influye este primer flechazo en que la relación a largo plazo después funcione? Depende. Hay casos en los que las personas refieren claramente que la atracción inicial es lo que aún los mantiene unidos, esa sensación de que hay alguna clase de imán entre ambos que los ayuda a sortear los tiempos difíciles. En otros casos, sin embargo, no parece quedar nada de ese magnetismo inicial. O a las personas no parece importarles. En un clásico del cine italiano, “Nos habíamos amado tanto”, los personajes que encarnan Vittorio Gassman y Stefania Sandrelli sucumben a este vendaval inicial, para luego separarse cuando él se deja llevar por la ambició y se casa con la hija de un millonario. Años después, cuando se reencuentran, él le habla de lo que tuvieron, que se habían amado tanto, y le confiesa que nunca dejó de recordarla. Ella, con naturalidad, le responde que no tuvo la misma experiencia: la cotidianeidad con su marido (otro monstruo del cine italiano, Nino Manfredi), lo que construyeron juntos, pesó más que el romanticismo. Un buen ejemplo artístico de lo que se puede ver día a día en cuanto al impacto del flechazo en la relación a largo plazo.
Por otra parte, hay personas que buscan a alguien que cumpla ciertos requisitos: que tenga un título universitario o tales ingresos o no más de tantos años. Suponen que una persona con tales características los hará felices o los ayudará a tener una mejor vida. O que será mejor aceptada por su entorno social. O que les dará mayor placer visual y sexual una persona rubia, morocha, alta o elegante. ¿Encontrar a una persona de esta manera es elegirla? ¿O elegirla es dejarse guiar por el instinto, el amor a primera vista?
No hay teorías concluyentes sobre cómo la gente elige a su pareja, pero existen diferentes enfoques. Algunos apuntan a lo puramente químico: elegimos a alguien por su olor, lo cual asegura que con esa persona tengamos hijos lo más sanos posibles, con menos probabilidades de contraer enfermedades. Esto explica porque ciertas personas se atraen especialmente, sienten compatibilidad sexual y tienen la conocida “química”. Se trata de nuestro lado más animal, pero que no por eso debemos desdeñar: es el que nos brindará una satisfacción que resulta esencial en el día a día, aunque no con eso baste.
Otras teorías señalan que solemos buscar personas que se parezcan a nuestros padres, alguien que tenga ciertas características físicas y de personalidad que nos resultan familiares y que nos generan serenidad y contención, siempre y cuando eso sea lo que recibimos en nuestra infancia. O que, por el contrario, elegimos a quien tiene ese aspecto de nuestros progenitores que más nos afectó, de manera de poder resolver con nuestra pareja lo que seguimos padeciendo desde siempre: por ejemplo, somos sensibles al control de los demás porque tuvimos una madre controladora y elegimos a alguien que es igual a nuestra madre buscando que nos ayude a liberarnos y hacer lo que realmente queremos.
Más allá de las teorías, he aquí mi posición sobre qué es elegir y qué es no elegir una pareja. Somos diferentes y no todos debemos elegir por los mismos motivos: hay quien ama mucho a alguien, pero considera que las diferencias religiosas les impedirán ser realmente felices. O quien no siente una pasión intensa, pero intuye que una buena vida le aguarda junto a la persona que quiere. Cada uno es como es y todos los estilos deben ser respetados.
Hay motivos que escapan a nuestra razón por los cuales nos apegamos a alguien y esos motivos nos pueden hacer bien o mal. Sin embargo, esos son las verdaderas razones que debemos escuchar. Si algo muy intenso nos hace querer estar con una persona, y eso va más allá de la etapa de enamoramiento, entonces esa es una fuerza muy poderosa que no podemos ignorar, no importa cuánto nos diga nuestra razón. Sin embargo, es también imprescindible examinar cuándo estamos eligiendo por motivos emocionales que no tienen que ver con la persona que queremos estar sino con nosotros mismos: quizás estamos formando una pareja por no estar solos, porque apremia la maternidad, por complacer a nuestros padres o porque queremos escapar de otro vínculo que nos estaba haciendo mal. Por supuesto, muchas veces no somos conscientes de estos motivos y seguimos adelante con nuestra elección. Antes de dar ciertos pasos trascendentes (convivencia, casamiento, paternidad o maternidad) entonces, todos deberíamos dar un gran espacio a la reflexión y llegar a lo profundo de nuestras motivaciones, hasta ser capaces de responder la pregunta: “¿Estoy realmente eligiendo a esta persona?”