¿Es posible separarse a tiempo?
La mayoría de las personas que se han separado afirman que deberían haberlo hecho mucho antes: quizás sentían culpa por tomar la decisión, o no querían desarmar la familia o suponían que de alguna manera las cosas ya iban a mejorar. Además de estos factores, creo que hay uno que influye especialmente: cuando veo a una pareja y me cuentan acerca de sus desencuentros o sus discusiones, en algún momento yo les pregunto acerca de la época en la que se sentían bien juntos. Cómo fue cuando se conocieron, cuándo se enamoraron o el momento en el que decidieron casarse o vivir juntos. Esto no es más que la famosa historia oral que plantea uno de los más célebres terapeutas de pareja, John Gottman. En ese momento casi siempre el clima de la conversación cambia. Lo que hasta ese momento era tensión y recriminaciones se convierte en complicidad, recuerdos llenos de nostalgia, risas. Pero apenas uno retoma la situación actual, todo vuelve al punto de partida.
Hay algo en casi todos los seres humanos, incluso aquellos que mantienen su mente en el presente o en los objetivos a futuro, hay algo que nos hace resistirnos a perder lo que alguna vez tuvimos. Ese momento de la sesión lo revela con claridad: hay un pasado lleno de felicidad que existió y que todavía está allí de alguna manera. La persona que fuimos, la persona que fue el otro, el vínculo que teníamos. Cuánto más tiempo ha durado la relación más difícil resultará renunciar a ella. He visto parejas que refieren estar mal desde hace años y que sin embargo nunca terminan de separarse. ¿Cómo tomar la decisión? ¿Cómo tomarla a tiempo?
Hay tres factores esenciales en un vínculo de pareja que lo ponen en riesgo cuando disminuyen o desaparecen: dos de ellos son la conexión física y la conexión emocional. La conexión física no es sólo el sexo, pero es principalmente el sexo. Cuando deja de haber sexo placentero ya no hay pareja: hay dos personas que comparten un proyecto en común de familia, que comparten un lugar físico, que en el mejor de los casos se tienen cariño. Salvo que estas dos personas no puedan acceder a su sexualidad por impedimentos físicos o que ambos sientan honestamente que la sexualidad no es algo importante en sus vidas o los poco frecuentes casos donde hay un acuerdo explícito respecto de que ese aspecto del vínculo uno de ellos o ambos lo resuelven fuera de la relación (si el acuerdo no es explícito se trata de una típica situación de infidelidad, sea ésta tolerada o no). En cuanto a la conexión emocional, me refiero a cuánto esas dos personas saben el uno del otro, se preocupan íntimamente por lo que le pasa al otro, comparten un código en común, se cuidan: lo que todos vemos a simple vista en una pareja en la que reconocemos el amor.
Hay sin embargo un tercer elemento que a veces se menciona y otras no, pero que también resulta esencial: la admiración mutua. Está claro que admirarse no significa pensar o sentir que el otro es alguien excepcional, el mejor en lo que hace o un ser superior. Es ver los detalles en la manera de ser del otro que nos conmueven, valorar sus actitudes, incluso enternecernos con sus defectos. Es la famosa incondicionalidad del amor que hace que esa persona sobresalga para uno por encima de todas las demás y que sintamos que queremos estar con ella para siempre. Una vez una persona me refirió el momento casi exacto en el que decidió que su relación ya era inviable, no importa lo que él o su mujer intentaran. Se encontraba en una reunión social y había un invitado que al parecer cometía todo el repertorio de desubicaciones posibles: decía lo que nadie dice en el momento menos apropiado, hacía bromas que no eran bien recibidas, etc. Alguien le dijo en algún momento de la velada que tenía que aprender a callarse la boca un poco más, lo que el buen señor pareció aceptar a regañadientes. Como estaba acompañado por su mujer, otro de los invitados se compadeció de ella por lo que debía soportar con semejante marido y así se lo expresó. La respuesta de la esposa consistió en una sonrisa de ternura, acompañada por la frase, “es que él es así”. No aparecía ni una pizca de incomodidad o fastidio en su tono, más bien todo lo contrario: estaba diciendo que su marido era así y que ella lo quería como era. Así me lo refirió al menos la persona que me contó esta historia, quien agregó que eso era algo que hacía años no sentía de parte de su propia mujer. Fue en ese momento cuando comenzó a considerar la idea se separarse.
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